Un auxiliar de vuelo golpeó a una madre negra que acunaba a su bebé. La cabina estalló en aplausos hasta que una voz tranquila y autoritaria resonó por el intercomunicador, presentándose como su esposo y director ejecutivo de la aerolínea.
La cabina pareció contener la respiración antes que nadie. Sonó el timbre del cinturón de seguridad, y luego, agudo y sobresaltado, un golpe resonó en primera clase.
Todos los teléfonos se levantaron a la vez, con las cámaras parpadeando con energía. El aroma a combustible de avión y limpiador cítrico flotaba en el aire reciclado mientras la mano de una azafata aún flotaba en el aire.
Sandra Mitchell, tripulante senior de Skylink Airways, acababa de atropellar a una joven madre, Kesha Thompson, que acunaba a su bebé de seis meses, Zoe, que lloraba.
El llanto de la bebé aumentó de volumen y un murmullo recorrió la cabina.
“Por fin, alguien con agallas”, susurró una anciana con un vestido de perlas.
A Kesha le ardía la mejilla. Le temblaban las manos mientras ajustaba la manta de Zoe, con la mirada fija. En su regazo yacía su tarjeta de embarque de primera clase —Sra. K. Thompson—, con código de prioridad dorado, el que Mitchell había ignorado.
Los teléfonos lo grababan todo. Mitchell, aún eufórica por la autoridad, se giró hacia la cabina. “Disculpen la interrupción”, declaró. “Algunos pasajeros no entienden la etiqueta de viaje”.
Un hombre de negocios asintió con aprobación. “Gracias a Dios que alguien mantiene el orden”.
Kesha no respondió. Meció a Zoe con suavidad, susurrando suavemente hasta que los sollozos de la bebé se calmaron.
Mitchell levantó la radio con voz firme para la actuación. “Capitán, tenemos un código amarillo: pasajero problemático con un bebé que se niega a seguir instrucciones”.
Por el altavoz se escuchó la respuesta del piloto: “Recibido. ¿Necesita que lo retiren?”.