Me encontré con mi ex en una clínica — me humilló por no tener hijos frente a su nueva esposa, pero lo que le respondí lo hizo arrepentirse de todo…
Entró como si fuera dueño del lugar, sonriendo de oreja a oreja. Detrás de él venía una mujer muy embarazada, de al menos ocho meses. Él sacó pecho como un gallo presumido.
—“¡Mi nueva esposa ya me dio dos hijos… algo que tú jamás pudiste en diez años!” —se jactó, posando la mano sobre el vientre de ella—. “Ella es Tara, mi esposa. Y el tercero viene en camino.”
Sus palabras cayeron como golpes, arrastrándome de vuelta a los años más oscuros de mi vida. Yo solo tenía dieciocho cuando me enamoré de él, creyendo que ser elegida por el “chico popular” era un premio. El matrimonio pronto me arrancó esa fantasía. Cada cena se volvió un juicio, cada fiesta familiar un recordatorio del cuarto vacío que nunca se convirtió en nursery. Las pruebas de embarazo negativas se transformaron en acusaciones silenciosas.
—“Si pudieras hacer tu trabajo…” solía murmurar Jake, mirándome desde el otro lado de la mesa. “¿Qué tienes de malo?”
Esas frases cortaban más que cualquier insulto. Pasé años convencida de que estaba rota. Incluso cuando intentaba recuperar mi vida —inscribiéndome en clases nocturnas, soñando con ser diseñadora gráfica—, él se burlaba diciendo que era “egoísta”. Tardé diez años en reunir el valor para dejarlo, firmando los papeles del divorcio con manos temblorosas, pero con una nueva sensación de libertad.
Y ahora estaba aquí, restregándome el pasado en la cara.
Apreté más fuerte mi ficha, lista para responder, cuando sentí una mano firme sobre mi hombro.
—“Amor, ¿quién es este?”
La voz de Ryan era tranquila pero firme. Mi esposo —alto, de casi dos metros, hombros anchos, con esa fuerza silenciosa que hacía retroceder a cualquiera sin esfuerzo— estaba a mi lado con dos cafés en la mano.