Cuando se despidió, me dijo:
“Me llamo Isabel.”
“Yo soy Daniel,” respondí.
Hablamos largo tiempo sobre los que hemos perdido. Me contó sobre Gabriela, feliz, esperanzada, apasionada por la música. Lo que yo mencionaba era Mariana, su bondad, su altruismo. Había tristeza en nuestros ojos, seguro, pero también un cariño cuidadoso al evocar recuerdos felices.
Al día siguiente, se celebró mi boda con Laura, rodeados de familia y amigos. Ella brillaba de blanco, y todos nos felicitaron por encontrar la felicidad de nuevo.
Pero en lo más profundo de su ser, la imagen de Isabel en el cementerio aún resonaba.
El destino, incierto y dudoso, cruzó nuestros caminos otra vez.
Supe que trabajaba en una empresa que me proveía. En una reunión, casi no susurró:
“Daniel…”
Tomamos café después del trabajo. Isabel me dijo:
“Desde que Gabriela murió, me he refugiado en el trabajo. Pero hay noches en las que lloro sin razón. Ese día en el cementerio, sentí que no estaba sola en mi tristeza.”
La escuché y comprendí que había un vínculo invisible entre nosotros: el duelo compartido.
Pero también sabía que ese vínculo era peligroso. Yo estaba casado; no podía caer en la confusión.
Nos vimos varias veces,
Nuestras conversaciones se hicieron más largas y profundas. Le compartí cosas que no le había dicho a Laura. Y eso me consumía.
Hasta que una noche, ya no pude ocultarlo más y decidí confesarlo todo a mi esposa.
Le conté sobre el encuentro en el cementerio, sobre Isabel, sobre nuestras charlas.
Laura estuvo en silencio durante mucho tiempo. Pensé que se enojaría, pero finalmente dijo:
“Daniel, he esperado por ti tres años. No le tengo miedo a Isabel. Porque sé que el amor no es lástima ni casualidad: es una elección. Solo quiero que tengas el valor para elegir lo que realmente quieres. Si eres más feliz con ella, te dejaré ir.”
Sus palabras me atravesaron el corazón como un cuchillo.
Entonces entendí: el verdadero amor no solo es compartir heridas, sino también mostrar sacrificio, confianza y fe.
Desde ese día, limité mis encuentros con Isabel estrictamente al ámbito profesional.
Elegí quedarme con Laura, porque entendí que el pasado debe quedarse en su lugar, y que la mujer que realmente me ayudó a reconstruirme siempre estuvo a mi lado.
A veces, en el silencio, recuerdo los ojos tristes de Isabel, y su pregunta:
“¿Estás con alguien que solo te recuerda tus heridas, o con alguien que te ayuda a sanarlas?”
Y entendí que ese encuentro en el cementerio no fue para abrir una nueva historia de amor, sino para recordarme que no necesito cargar mi tristeza solo.
Estoy con Laura, y con ella, debo aprender a vivir plenamente.
Desde entonces, mi vida cambió de verdad.
No por un triángulo amoroso, sino porque aprendí a valorar el presente, soltar el pasado y seguir adelante.